3.30.2015

RELATO Frederico Alvim Carvalho



RELATO  - Algunas palabras sobre mi estancia en La Alameda (Soria)

Por: Frederico Alvim Carvalho

Fue en el verano de 2014. En un bonito pueblo español, lejos de mi amado Brasil y mi querida Andalucía, en busca de inspiración para seguir escribiendo mi tesis sobre los baños termales de Alhama de Granada.
Siendo un antropólogo interesado en observar y en descubrir diferentes culturas, en La Alameda tuve la oportunidad de escuchar la percepción que tienen sus moradores de su tierra. Sus antiguas minas de plata, sus bodegas hoy abandonadas --algo traducible en patrimonio industrial--. A pocos metros de su núcleo urbano, los árboles,  las fuente de agua, el aire fresco y, por supuesto, sus pocos habitantes llenan el espacio en el que moran. Un espacio abierto a los sentidos que deben descifrarlo. Descifrarlo entre los múltiples relatos de la gente que lo conocen, lo sienten, lo respiran con la fluidez del aire que penetra en sus pulmones y que junto al alimento de su cuerpo físico, nutren también su memoria. Sus recuerdos de niños, su folclore, sus fiestas, sus manifestaciones religiosas,  su privilegiado paisaje, su magnífico cielo durante las noches.
La Alameda es un pueblo “mágico”, dotado de gente amigable, sencilla, trabajadora y creativa… cualidades humanas muchas veces olvidadas, pero que tienen el poder de hacer y crear nuevas formas de vida dando a las cosas el valor humano que no ostentan cuando muchas veces están bajo la “selva de piedras” llamada ciudad.
La Alameda es una tierra llena de poetas, escritores, artistas y fotógrafos. Un pueblo en el que todos conocen a todos. Un pueblo inmerso en un escenario estereotipado de lo que seria una “España profunda”, es decir, una pequeña aldea que nos invita a integrarnos en una historia de directores como Luis García Berlanga, Luis Buñuel y José Luis Cuerda…
Además, La Alameda es una tierra inspiradora para el trabajo imaginativo. Un espacio en el que aprendí que los seres humanos son eternos conquistadores de su espacio. Espacios de convivencia, diversión, cultivo, descanso…
Quizá por sus paisajes, o quizá por sus brisas suaves, colinas y restos paleontológicos, es un pueblo en el que es posible trascender las fronteras (del mundo industrial, rutinario, burocratizado, racionalizado, demasiado lleno de los “males”  humanos). En La Alameda sentí una fuerte ansia por descubrir, por explorar el mundo más allá de los confines conocidos por mí: el sueño de la naturaleza lejana, de los espacios geográficos desproporcionados, inverosímiles, y de los seres humanos que los habitan bajo las reglas, los códigos, las cosmovisiones y los elementos culturales presentes en su convivencia y materialidad.
Muchas gracias a sus habitantes. A sus habitantes habituales y a los temporales. Gracias por hacer de mi estancia un periodo inspirador y “mágico”.

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