RELATO - Algunas palabras sobre mi estancia en La Alameda (Soria)
Por: Frederico Alvim Carvalho
Fue en el verano de 2014. En un bonito
pueblo español, lejos de mi amado Brasil y mi querida Andalucía, en busca de
inspiración para seguir escribiendo mi tesis sobre los baños termales de Alhama
de Granada.
Siendo un antropólogo interesado en
observar y en descubrir diferentes culturas, en La Alameda tuve la oportunidad
de escuchar la percepción que tienen sus moradores de su tierra. Sus antiguas
minas de plata, sus bodegas hoy abandonadas --algo traducible en patrimonio
industrial--. A pocos metros de su núcleo urbano, los árboles, las fuente
de agua, el aire fresco y, por supuesto, sus pocos habitantes llenan el espacio
en el que moran. Un espacio abierto a los sentidos que deben descifrarlo.
Descifrarlo entre los múltiples relatos de la gente que lo conocen, lo sienten,
lo respiran con la fluidez del aire que penetra en sus pulmones y que junto al
alimento de su cuerpo físico, nutren también su memoria. Sus recuerdos de
niños, su folclore, sus fiestas, sus manifestaciones religiosas, su
privilegiado paisaje, su magnífico cielo durante las noches.
La Alameda es un pueblo “mágico”, dotado
de gente amigable, sencilla, trabajadora y creativa… cualidades humanas muchas
veces olvidadas, pero que tienen el poder de hacer y crear nuevas formas de
vida dando a las cosas el valor humano que no ostentan cuando muchas veces
están bajo la “selva de piedras” llamada ciudad.
La Alameda es una tierra llena de poetas,
escritores, artistas y fotógrafos. Un pueblo en el que todos conocen a todos.
Un pueblo inmerso en un escenario estereotipado de lo que seria una “España
profunda”, es decir, una pequeña aldea que nos invita a integrarnos en una
historia de directores como Luis García Berlanga, Luis Buñuel y José Luis
Cuerda…
Además, La Alameda es una tierra
inspiradora para el trabajo imaginativo. Un espacio en el que aprendí que los
seres humanos son eternos conquistadores de su espacio. Espacios de
convivencia, diversión, cultivo, descanso…
Quizá por sus paisajes, o quizá por sus
brisas suaves, colinas y restos paleontológicos, es un pueblo en el que es
posible trascender las fronteras (del mundo industrial, rutinario, burocratizado,
racionalizado, demasiado lleno de los “males” humanos). En La Alameda
sentí una fuerte ansia por descubrir, por explorar el mundo más allá de los
confines conocidos por mí: el sueño de la naturaleza lejana, de los espacios
geográficos desproporcionados, inverosímiles, y de los seres humanos que los
habitan bajo las reglas, los códigos, las cosmovisiones y los elementos
culturales presentes en su convivencia y materialidad.
Muchas gracias a sus habitantes. A sus
habitantes habituales y a los temporales. Gracias por hacer de mi estancia un
periodo inspirador y “mágico”.